A Elena (2011) no es fácil categorizarla. Por una parte puede ser un drama familiar, por otra un thriller lento. Una historia de crimen tranquila al estilo de George Higgins sin los acentos de la Nueva Inglaterra ni el sector urbano violento (a excepción de una escena en la que adolescentes golpean a un grupo de vagos y las tomas tiemblan, los detalles se desenfocan, por única vez en la película, junto a la intriga del espectador, sin saber que esperar de la escena). Una mujer (Nadezhda Markina) no muy lejos de la tercera edad, que se declara como enfermera pero nunca la vemos trabajando, lleva 10 años viviendo con un hombre viejo. No sabemos si este es el segundo o tercer o sexto matrimonio del ya anciano pero sabemos que tiene una hija adolescente que no hace nada más que fumar cigarros todo el día y drogarse y embriagarse los fines de semana como ella misma admite. El viejo, condenado a ver a su descendiente llevar este estilo de vida, sigue amando y manteniéndola a pesar de sus ineptitudes y vive tranquilo y serio con la enfermera Elena. Llevan poco más de dos años casados con buena calidad de vida.
Dirigida por el ahora considerado grande Andrey Zvyagintsev, a quien Joel Coen, en una conversación con Roger Deakins, aclamó como “nacido para hacer cine”, la película es lenta, contemplativa y algunas tomas pueden recordarle a uno a las de Michael Haneke, especialmente en La Pianiste (2001) y Caché (2005). Hay una división social y cultural entre generaciones perdidas y privilegiadas, y los personajes se entrelazan en la historia la cual nos deja observar una Rusia fría y emocional desde varios ángulos con una música no siempre estridente del mondriano Philip Glass. No está de más mencionar que el crimen del filme se basa en una lealtad que se ve necesaria para nuevas vías de oportunidad, pero por otro lado moralmente injusta y aplicada con egoísmo. Entre caras hay sospechas sutiles, demostradas con lenguaje preciso de cine que se observan de parte de más de un personaje que le dan un toque bienvenido de intriga a la historia.
La cuestión monetaria, que envuelve a toda la historia en una cámara casi siempre fija, estropea algunas vidas y a otras les da luz de esperanza, o por lo menos nuevas opciones, como sucede en muchas sociedades. Con floja actitud, los familiares de Elena se ven sin ganas de progreso, tercos y arraigados por el ocio y la pereza, pero la mujer persevera en ayudarlos a ser civiles como ella (al menos ella cree que lo es) a como dé lugar. Entre árboles secos, caballos blancos muertos, apagones de luz y bebés durmiendo se puede contemplar una película rica en sentimientos fuertes, preponderantes durante su curso entero. Y por más que uno busque, mientras avanza la historia, pese a acciones que pueden caer pesadas en la consciencia, no se halla pizca alguna de arrepentimiento o inseguridad en el rostro de la elegante protagonista.