Brian De Palma dijo que escoger a un gran compositor para una película es igual que escoger a un gran actor: los dejas ser y se empiezan a mover en su propia dirección. A pesar de este derecho a la libertad artística, De Palma, en sus películas, siempre es específico con decisiones musicales, o al menos eso nos da a pensar. En Blow Out (1981), una película si bien dedicada a la estética del sonido, John Travolta protagoniza a un editor de efectos de sonido (se declara a si mismo como “sound man”) que se enreda en una conspiración política al grabar un asesinato por accidente y obsesionarse con el caso. La película se enriquece gracias a una precisa banda sonora en la cual el mismo sonido es el tema principal. En la última escena, la tensión se mantiene firme gracias a la música de Pino Donaggio, compositor italiano, quien un año antes también trabajó con De Palma en la clásica Dressed to Kill (1980).
Años después, De Palma trabajó con otro italiano, el recientemente fallecido Ennio Morricone. Empezaron a colaborar con The Untouchables (1987) en la cual la música suena como un puño (gangsters) golpeando a la nobleza (la ley), y Casualties of War (1989) una emotiva película sobre la guerra de Vietnam que tiene una composición minimalista y solo se revela en momentos necesarios. En Mission to Mars (2000) la música brilla desde adentro y aunque la historia tenga una piel muy gruesa, resalta. La música de Morricone nos sorprende con todo tipo de chiflidos, azotes, crujidos, soplos de ocarina y aullidos, entre otros, y sus experimentos que son algunas veces riesgosos y otras veces exactos expresan puramente la libertad de expresión. Nunca se abstuvo del sentido del humor o del absurdo.
Nacido en la ciudad de Roma, Italia el 10 de noviembre de 1928, Morricone, mejor conocido por el icónico tema de Il buono, Il brutto, Il cattivo (1966) de Sergio Leone (trabajó también con los otros dos Sergios: Sollima y Corbucci) y su trabajo en películas como Nuovo Cinema Paradiso (1988) y The Mission (1986), ingresó al conservatorio de Santa Cecilia a los 14 años y por más de cinco décadas colaboró con directores notorios como Bernardo Bertolucci, Liliana Cavani, Darío Argento y Pier Paolo Pasolini. Recientemente le dieron un premio Oscar (su segundo) por componer la banda sonora de The Hateful Eight (2015) de Quentin Tarantino, el cual, compuesto en su octava década de vida, carece de corrosión cumulativa. En alguna ocasión Federico García Lorca se refirió a la música como el campo eterno de las ideas. A veces éstas ideas son difíciles de explicar, sin embargo, las de Morricone son claras, lo que transmiten normalmente va en compás con las imágenes propuestas y funciona como una dimensión extra en su respectiva obra.
Morricone compuso para cientos de películas y fue el principal paladín del subgénero italiano conocido como el Spaguetti Western. Pero colaboró en todo tipo de cine desde artístico (Days of Heaven (1978), I Pugni in Tasca (1965), La battaglia di Algeri (1966)) hasta el de género (Diabolik (1968), The Thing (1982), Spasmo (1974)). Tocó variados tipos de géneros musicales. En Sacco e Vanzetti (1971), dedicada al famoso juicio de Boston en la década de 1920, la música nos da nociones de progreso con himnos de esperanza (Joan Baez canta en el tema principal) mientras la policía interroga a los anarquistas acusados y otros individuos se avientan por ventanas de edificios. En Una Lucertola con la Pelle di Donna (1971) nos regala un experimento de música del thriller inglés combinada con rock psicodélico en donde no sabemos si una mujer está soñando un asesinato o lo cometió. En Il ritorno di Ringo (1965) las pistas le hacen tributo al Siglo de Oro del cine mexicano (la canción “Mariachi” es un ilustre ejemplo). En Indagine su un Cittadino al di Sopra di Ogni Sospetto (1970) la música está dispareja con la acción de la película lo cual provoca una extrema distorsión, y funciona.
Murió en donde nació el 6 de Julio del 2020. Nunca abandonó Roma y a pesar de que colaboró con artistas a nivel global nunca se le escuchó hablar otro lenguaje que no fuera italiano. En sus últimos años Morricone se dedicó más a dar conciertos sinfónicos qué a hacer películas y la propuesta a componer tenía que ser exquisita para convencerlo de encerrarse a escribirla (componía en hoja y papel). El mundo musical que Ennio Morricone trajo a nuestros oídos se puede explorar a fondo, tal vez interminablemente. Es un mundo que se puede ver aunque solo se escuche, y que se puede escuchar con los ojos cerrados aunque sea hecho para el cine. En casi todos sus trabajos (mas de 400), al terminar, nos deja como Charles Bronson al final de C’era una Volta il West (1968): se aleja tranquilamente y nos deja a todos pensativos en nuestro rincón con un algún tipo de esperanza y todo gracias a la inagotable generosidad de un artista que siempre se movió en su propia dirección.